
Hoy platicaba con un amigo sobre lo que es vivir en el D.F, en la ciudad dónde todo es posible, dónde nadie puede perder la capacidad de asombro, porque cuando crees que un acontecimiento rebasó los límites, llega otro y lo supera. Un día podemos amanecer con la noticia de que alguien se cayó de un puente peatonal porque algún maldoso quitó una parte, horas después un padre de familia se puede meter a la escuela de sus hijos y matar a la directora del jardín de niños, más tarde alguna mascota salvaje se comerá a su cuidador, ya para las 15:00 hrs te puedes topar con alguna manifestación (ojalá los encuentres vestidos) y si tienes suerte y llueve, seguramente en la noche podrás pasar una velada romántica estilo Venicia en alguna de las calles más transitadas de nuestra ciudad.
No es por presumir, pero en qué otra parte del país te puedes encontrar con tanta diversidad de personas tan solo con subirte al transporte colectivo (en cualquiera de sus modalidades), ahí te puedes topar desde el ejecutivo, hasta la "señora gorda con bolsas", pasando por la chica fresa y los jóvenes darketos. Creo que a alguien se le va a ocurrir en algún momento delimitar secciones en el metro o incluso en los camiones, y no tendrá nada que ver con una separación entre hombres y mujeres, ahora se tratará de la sección familiar; la de las parejas dulces y románticas, dónde habrá oportunidad a uno que otro beso y alguna caricia tierna; la sección de las parejas apasionadas, dónde las caricias suben de tono; y por su puesto el área privada, dónde es mejor no pasar, porque lo que ahí sucede ya no es apto para todo público. Pero no podemos dejar a un lado la sección de Solteros, qué tal y es chicle y pega con alguno de los pasajeros jeje; Si los encargados de la organización de este tipo de medios de transporte implementaran un programa así, no sé si tendrían el apoyo de alguien en los altos mandos, pero muchas personas, sobre todo padres que viajan con sus hijos les agradecerían el evitarse el espectáculo.
Que quede claro que no estoy criticando ni menospreciando a los habitantes de esta hermosa y contaminada ciudad, al contrario, yo soy orgullosamente Defeña, pero aceptémoslo, nuestro entorno es algo loco, caótico, pero por sobre todas las cosas extremadamente divertido y enriquecedor. Dar un paseo por cualquier rumbo es toparse con una nueva historia, encontrar personajes maravillosos y reírse de todas las situaciones que nos envuelven.
Y justamente hoy yo me encontré con algo raro, pero que me pareció maravilloso. Después de hacer unas compras en el centro histórico, abordé el metro en la estación Zócalo, con dirección a Tasqueña; iba con mi mamá y mi sobrina de 6 años, que no dejaba de pedir un vestido carísimo y un cinturón igualmente caro, si consideramos que es para una niña, pero que terminó consolándose con una paleta Magnum. Todo iba perfectamente bien, hasta que de pronto en Chabacano, se les ocurrió a los operadores que era momento de hacer una de esas paradas bastante largas que a la mayoría desesperan.
Fue entonces cuando dió comienzo uno de los espectáculos más extraños y atemorizantes que me haya tocado vivir en algún vagón. Mientras esperábamos avanzar, de pronto un joven desaliñado y con rastas, entró gritando, a todos nos pegó un susto, pero creímos que sólo se trataba de algún loco o drogadicto, así que no pude más que abrazar a mi sobrina. El chico comenzó a pronunciar algunas palabras que parecían no tener sentido, hasta que descubrimos que era algo así como un poema. Mantenía el mismo tono alto y dramático, hasta que de pronto, cuando el metro avanzó, y una estación después, se bajó; yo noté que se volvía a subir, pero por otra puerta y hacía señas a alguien más, lo que había empezado como algo divertido, comenzaba a asustar.
De pronto, otro hombre comenzó a dar otro discurso en el mismo tono que había utilizado el anterior, la diferencia es que este personaje sí daba miedo, porque, no es por ser prejuiciosa, pero no daba buena espina. Comenzó una especie de representación teatral, que hablaba de la vida y la muerte, pero al momento de tocar el segundo tema se veía en sus ojos algo raro, de pronto comenzaron a cerrar las ventanillas y a hablar sobre asfixiar y matar gente; si el pánico ya se había mantenido en calma, de pronto se disparó, sobre todo cuando mi sobrina me dijo que le daban miedo y comenzaba a presentar una ansiedad por bajarse, a lo cual solo pude responder pegándola a la puerta y abrazándola para protegerla con mi cuerpo. Minutos después el ambiente se serenó, comenzaron a escucharse bromas por parte de los protagonistas, el público no sabía qué hacer, pero al final sólo sonreímos y cooperamos con algunas monedas. En ese momento llegábamos a nuestro destino: el metro Villa de Cortés, y tras bajarnos no supimos más qué sucedió.
De esta anécdota sólo puedo concluir dos cosas. Primero, me da gusto saber que hay personas que con el afán de difundir el arte y además ganar unos cuantos pesos se atrevan a hacer este tipo de "obras ambulantes", lo malo es que, para bien o para mal, estamos acostumbrados a desconfiar de todos, entonces en un primer momento si te pegan un gran susto. Es ahí dónde entra mi segunda conclusión: cómo te ven, te tratan, así que para la próxima, si a alguien se le vuelve a ocurrir esta maravillosa idea, por favor dénse una arregladita o mínimo digan "No los vamos a asaltar", así más personas disfrutaríamos del espectáculo, sin necesidad de estarnos cuidando.
Bueno, por el momento es todo, seguiré buscando cosas que contar, nuevas historias o hechos curiosos. Y espero que la próxima vez que escriba, sea la segunda parte de las personas que han marcado mi vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario